domingo, 10 de octubre de 2010

Alcides participa: de la cañada al dominó

Marel González Escobar

Sólo después de cruzar los rituales de otro diciembre,  Alcides  descubrió cuánto  había extrañado su  vieja casa. Nunca la vida le  entregó  tan limpios  olores; la  hierba  húmeda, la vega de su abuelo  y  aquella  ceiba  rodeada  de  tantas leyendas  como  de  amores  rasgados en su vientre.
Fue  martes en  la  tarde. Llegó a la ciudad   sin  que  pudiera  disimular  el  “cantao”  que  se habían  ganado  sus  paisanos por existir del otro  lado  del  rio, al borde  de la  cañada  o en la  falda  de “La Loma  de los  García”, como  le  habían  bautizado.
Ahora  vivía en  las  afueras.  Cruzó, subió, dobló a la derecha, luego  en  otro sentido,  otra  vez a  la izquierda, tomó un  pasaje  adonde  no alcanzaron  las  aceras,   hasta  encontrar  una   taza  de  café  junto a  familias truncas, suicidas,  una  sempiterna mesa  de  dominó y  jóvenes que   cruzaban de un lado  a  otro siempre  “con  plata”, como solían decir,  para   brindar  por el  último  acontecimiento del  barrio.
Un  entorno que  pretendía  ser  “ humano, justo  y   democrático”,  así repetía  aquella profesora en la  clase  de  Cívica. “Humano,   justo  y  democrático”,  respondió su hijo  en    el  examen  con  todas  las  letras  y  seguridades.  Mas, en  un  mundo  que  intenta  asignar  patrones  de “los  blancos”,  como  habrían  dicho  nuestros  ancestrales  guerreros,  urgía  sacar de  la fría  academia  aquella  respuesta.
Fue cuando  nobles  empeños  intentaron fomentar  lo que   de  memoria se  repetía en  clases  y  reuniones,  pero  se  frustraba  más  allá de la tentativa,  y aquel  guajiro,  sin  demasiadas  letras,  lo  sabía.
Lo escuchó una  vez,  dos  y  a  la  tercera  procuró  entender, limpiando  las  palabras de las vestiduras  y dobleces  de  un  conferencista.    
- Uff, qué  complicadas se  dan  estos profesores  por  hablar  bonito,  se  dijo  mientras  procuraba  razonar.  Sólo  a  la  cuarta  fue  la vencida.  Justo  cuando  aquel  maestro  cambió  su  cuello  de  camisa  perfectamente  planchado,  para  vestir  como  la  mayoría  y compartir un  dominó al  cierre  de  jornada.


La clase, la conferencia…


Caminar  por  los  barrios  periféricos  de la  ciudad de  Holguín  deviene  enriquecedora  aventura,  enriquecimiento cultural,  acto  de  aprendizaje, cuestionamiento  y  ganas de  hacer. Un  camino de  buenas  intenciones  que no conduce  al infierno, y hoy hace  guiños  a  la  perfección  de  estrategias  transformadoras.
“…Nuestro  papel  no es hablar al pueblo  sobre  nuestra  visión del mundo o intentar  imponérsela,  sino  dialogar  con él  sobre su visión y  la nuestra”.
Imprescindible la   frase  guevariana.
Noble  ha sido el  gesto de  la Revolución Cubana  durante  años, al amparo de   un  modelo  solidario, de  gestión política participativa, defensor  de  la  justicia  social  y de los  intereses comunes.
Sin embargo, la nobleza de entregar, acomodó al  más verbo de los  verbos: hacer.
Aprender a escuchar a  las comunidades,  sacudir sus ideas  sobre  la base  de  sus  experiencias, expectativas y necesidades;  lograr  que sus hombres  se  conviertan,  por  sí  mismos, en protagonistas del cambio que proponen, asegura un impacto  perdurable que se  enriquecerá con el paso del tiempo.
No pocos  proyectos  han  sugerido  la  transformación de  hábitos y estilos de vida  en la población; sin embargo, se  frustran en su manía de  implantar maneras  en una comunidad que  siempre  defenderá  las suyas. Es cuando la idea no rebasa el aplauso, al rehusar vestirse  con  un  traje ajeno.
El respeto a la  diversidad  a  partir  del  diálogo crítico,  la  búsqueda  de  la creatividad, y  el rompimiento de  la  inercia, con el criterio de  que   puedo hacer con  mente  y  manos propias,  contribuirá  a elevar  la calidad  de  vida  en comunidades  con una  problemática  social  compleja.
Exigua la  definición  del diccionario:

“Participar: Dicho de una persona: Tomar parte en algo. || 2. Recibir una parte de algo. || 3. Compartir, tener las mismas opiniones, ideas, etc., que otra persona...”

La  participación  se  construye  en  la propia  realidad  social,  en  la identificación  de  problemas, en  la  toma  de  decisiones,  ejecución  y  evaluación.   Su poder movilizativo  evoluciona, como  el pensamiento mismo,  hasta alcanzar la  autogestión.
 Esa  realidad comienza  a  aprehenderse  en  Cuba.
Urge   así un  papel más   activo de  las  personas en  la  comunidad  donde  ahora  vive   “el guajiro  Alcides”.
 Los  resultados  de  una  estrategia  efectiva  tomará  tiempo,  pero,  al   asumirla  como  práctica  social, logrará sedimentos  que irrespeten  los  márgenes  de  una  gaveta  o  una conferencia.   Siendo  capaces,  primero,  de  borrar  las  barreras  entre  lo  empírico y  lo  teórico,  entre la  clase  y  la  mesa  de  dominó.

- ¡ Capicúa !,  gritó el  profesor golpeando la  ficha sobre la mesa,  el  pequeño  trozo  de  madera  manoseada, convertida  en  trofeo:  ¡3 -   5!

- Hacer  desde  dentro,  hacer  con  nuestras  manos, corazón   y pensamiento  lo  que  necesitamos  para  beneficiar  a  todos…  Ñoo,  ahora  si  hablé  bonito, dijo Alcides desatando  la  risa  de sus amigos  del  barrio.

Una historia por acabar…

Todavía con ese  “cantao” irreverente, esa gracia  para  comunicar  sin  almidones, amigo  de  los refranes,  zapatero  por  adopción  y decimista  por  naturaleza,  Alcides conversa con su  gente,  les  escucha  e intentan transformar  juntos aquello que  lastima  a  la familia  en la  comunidad,  esa que le asimiló  a gusto,  más  allá de la ceiba  y la  vega  de  su  abuelo. Las soluciones  nacen  aun  frente a un juego cerrado, en la bodega o la  barbería de la esquina. Lo cierto es que poco  a  poco aquellas personas  aprenden  a participar, a defender su espacio con maneras  propias, donde Alcides,  un  guajiro a todas  luces, participa de la cañada al dominó.