Marel González Escobar
Sólo después de cruzar los rituales de otro diciembre, Alcides descubrió cuánto había extrañado su vieja casa. Nunca la vida le entregó tan limpios olores; la hierba húmeda, la vega de su abuelo y aquella ceiba rodeada de tantas leyendas como de amores rasgados en su vientre.
Fue martes en la tarde. Llegó a la ciudad sin que pudiera disimular el “cantao” que se habían ganado sus paisanos por existir del otro lado del rio, al borde de la cañada o en la falda de “La Loma de los García”, como le habían bautizado.
Ahora vivía en las afueras. Cruzó, subió, dobló a la derecha, luego en otro sentido, otra vez a la izquierda, tomó un pasaje adonde no alcanzaron las aceras, hasta encontrar una taza de café junto a familias truncas, suicidas, una sempiterna mesa de dominó y jóvenes que cruzaban de un lado a otro siempre “con plata”, como solían decir, para brindar por el último acontecimiento del barrio.
Un entorno que pretendía ser “ humano, justo y democrático”, así repetía aquella profesora en la clase de Cívica. “Humano, justo y democrático”, respondió su hijo en el examen con todas las letras y seguridades. Mas, en un mundo que intenta asignar patrones de “los blancos”, como habrían dicho nuestros ancestrales guerreros, urgía sacar de la fría academia aquella respuesta.
Fue cuando nobles empeños intentaron fomentar lo que de memoria se repetía en clases y reuniones, pero se frustraba más allá de la tentativa, y aquel guajiro, sin demasiadas letras, lo sabía.
Lo escuchó una vez, dos y a la tercera procuró entender, limpiando las palabras de las vestiduras y dobleces de un conferencista.
- Uff, qué complicadas se dan estos profesores por hablar bonito, se dijo mientras procuraba razonar. Sólo a la cuarta fue la vencida. Justo cuando aquel maestro cambió su cuello de camisa perfectamente planchado, para vestir como la mayoría y compartir un dominó al cierre de jornada.
La clase, la conferencia…
Caminar por los barrios periféricos de la ciudad de Holguín deviene enriquecedora aventura, enriquecimiento cultural, acto de aprendizaje, cuestionamiento y ganas de hacer. Un camino de buenas intenciones que no conduce al infierno, y hoy hace guiños a la perfección de estrategias transformadoras.
“…Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo o intentar imponérsela, sino dialogar con él sobre su visión y la nuestra”.
Imprescindible la frase guevariana.
Noble ha sido el gesto de la Revolución Cubana durante años, al amparo de un modelo solidario, de gestión política participativa, defensor de la justicia social y de los intereses comunes.
Sin embargo, la nobleza de entregar, acomodó al más verbo de los verbos: hacer.
Aprender a escuchar a las comunidades, sacudir sus ideas sobre la base de sus experiencias, expectativas y necesidades; lograr que sus hombres se conviertan, por sí mismos, en protagonistas del cambio que proponen, asegura un impacto perdurable que se enriquecerá con el paso del tiempo.
No pocos proyectos han sugerido la transformación de hábitos y estilos de vida en la población; sin embargo, se frustran en su manía de implantar maneras en una comunidad que siempre defenderá las suyas. Es cuando la idea no rebasa el aplauso, al rehusar vestirse con un traje ajeno.
El respeto a la diversidad a partir del diálogo crítico, la búsqueda de la creatividad, y el rompimiento de la inercia, con el criterio de que puedo hacer con mente y manos propias, contribuirá a elevar la calidad de vida en comunidades con una problemática social compleja.
Exigua la definición del diccionario:
“Participar: Dicho de una persona: Tomar parte en algo. || 2. Recibir una parte de algo. || 3. Compartir, tener las mismas opiniones, ideas, etc., que otra persona...”
La participación se construye en la propia realidad social, en la identificación de problemas, en la toma de decisiones, ejecución y evaluación. Su poder movilizativo evoluciona, como el pensamiento mismo, hasta alcanzar la autogestión.
Esa realidad comienza a aprehenderse en Cuba.
Urge así un papel más activo de las personas en la comunidad donde ahora vive “el guajiro Alcides”.
Los resultados de una estrategia efectiva tomará tiempo, pero, al asumirla como práctica social, logrará sedimentos que irrespeten los márgenes de una gaveta o una conferencia. Siendo capaces, primero, de borrar las barreras entre lo empírico y lo teórico, entre la clase y la mesa de dominó.
- ¡ Capicúa !, gritó el profesor golpeando la ficha sobre la mesa, el pequeño trozo de madera manoseada, convertida en trofeo: ¡3 - 5!
- Hacer desde dentro, hacer con nuestras manos, corazón y pensamiento lo que necesitamos para beneficiar a todos… Ñoo, ahora si hablé bonito, dijo Alcides desatando la risa de sus amigos del barrio.
Una historia por acabar…
Todavía con ese “cantao” irreverente, esa gracia para comunicar sin almidones, amigo de los refranes, zapatero por adopción y decimista por naturaleza, Alcides conversa con su gente, les escucha e intentan transformar juntos aquello que lastima a la familia en la comunidad, esa que le asimiló a gusto, más allá de la ceiba y la vega de su abuelo. Las soluciones nacen aun frente a un juego cerrado, en la bodega o la barbería de la esquina. Lo cierto es que poco a poco aquellas personas aprenden a participar, a defender su espacio con maneras propias, donde Alcides, un guajiro a todas luces, participa de la cañada al dominó.