miércoles, 29 de junio de 2011

¿Quién le cuelga la "a" al gato?



Marel González Escobar.

Bastó con que despidiera los olores de la cañada, para confirmar su sobresalto frente a “la gran ciudad”. 
Demasiado ruido, luces y tantas personas a la vez, le robarían el oxígeno.
“Cómo pasar inadvertida con este cantao que me regaló la loma”, pensaba.

Un concierto de ruedas y raíles acompañó las imágenes en su cabeza.  Después de 16 horas de viaje, Carmen estaba en el corazón de la capital sorteando los guiños de los semáforos en enormes avenidas, donde la otra orilla se le convertía en un desafío para atletas.

Tendría que lucir “guajira refiná”, dijeron mientras preparaba sus maletas.  Pero ella siempre sería fiel a sí misma desde su gracia campesina.

Carmen era una de las pocas mujeres que había decidido tomar un pedazo de tierra holguinera,  y hacerlo parir con  manos propias. 
Para su padre, el hecho fue un atrevimiento, una aventura más; para su abuela, una ofensa a las faldas de la familia.  Pero allí estaba, animada a contar su historia.

La amapola…

La conocí en una sala de conferencias, vivos su acento, gestualidad y los olores de la montaña frente a todos y todas, como escuchó reiterar, sin entender mucho, a quienes hablaban de género durante la sesión que me interesaba reseñar.

 Aquella holguinera era de las cubanas que había hecho suya la tierra, desde la siembra hasta la cosecha, cuando la voz femenina de la familia, nunca antes había sobrepasado el portal de la casa.  
“Al principio fue difícil acabar con el marabú, pero ahora mis áreas están listas para la primera recogida”

Así refirió en entrevista frente a un reportero que pretendía convertirle en el personaje de su historia por ser mujer y bicho raro. Lo descubrió en su mirada de cubano machista bajo el disfraz de lo que, a su juicio, se  debía decir y no sentía.
 
“Casi me planta una amapola bajo el sombrero, porque la mujer cubana no podía dejar de ser femenina, ni con un azadón en la mano”, me comentó riendo las señas de su debut en un reportaje para la televisión.

Lo cierto es que Carmen le había colgado una  a  a los beneficiados por la entrega de tierras en usufructo; más de 10 mil habitantes de la provincia de Holguín ponían a producir los terrenos abandonados en las manos del ocio.

“Pero más difícil fue arrancar el marabú de sus mentes, y que me aceptaran determinando cuando, dónde y qué sembrar. Supuestamente debía estar en casa, donde había mucho que hacer por la comodidad de la familia”

Entonces volvió a su silla, en aquel salón que ya le parecía como casa propia, donde encontró experiencias de uno y otro lado del país, hablando en similar lenguaje más allá de una corbata, de una amapola y un podio.  Mi  cámara regresó con el conferencista.

De faldas y corbatas …

La organización patriarcal, dividió responsabilidades entre hombres y mujeres. De tanto romper almanaques, el tiempo hizo algunas concesiones, sin embargo, en Cuba  respira la herencia que acariciaron nuestras abuelas y abuelos.
Los estereotipos de género se alimentan del imaginario colectivo, y este, a su vez, les reafirma.

 Aunque en ocasiones desde el silencio o sin advertirlo, los medios de difusión masiva favorecen el ciclo.  Y no se trata únicamente de repartir la a o la o en el discurso de un producto comunicativo, sería demasiado simple, sino de modificar la mirada respetando la  capacidad, la inteligencia, lo diverso y múltiple, en un espacio común. 
 
Será arduo desbrozar el camino, en una sociedad machista, transformar el pensamiento, provocando maneras diferentes de obrar frente a la familia, a la sociedad. Es más difícil que colgarle cascabeles a un ejemplar gatuno, como dice un buen amigo, pero reconocer la necesidad de hacer, ya es el primer paso. 

Urge una práctica desde la ética, pues nada resultará totalmente azul, rosado o negro en este mundo.

Carmen, campesina de estreno en el surco, guajira de alma desde su nacimiento, procuraba razonar cada frase pensando en  su historia, a cientos de kilómetros de la montaña.  Preguntaba sin remilgos,  y a media mañana ni siquiera advertía mi cámara.

El tren …

Al final del día  “la gran ciudad”, dejó de aplastarle, y anduvo más segura las inmensas avenidas al reconocerse a sí misma.  Conversó con  ese “cantao” que disfruta más por ser suyo, diferente, natural. 
Volvió consciente de no ser bicho raro, como alguna vez le premió un reportero en “la tele”.  Paso a paso  comenzaba a mirar el mundo desde otra perspectiva. Descubrió que los acordes de ruedas y raíles, en tren de vuelta a la loma,  armonizaron mejor con las imágenes que cruzaban por su cabeza, mientras buscaba la manera de colgarle, en lugar de cascabeles, la a al gato.