jueves, 2 de diciembre de 2010

Hermosa vista, la de “Vista Hermosa”



Una vez a la izquierda, dos a la derecha, la tienda del pueblo, la cañada, pregunta y vuelve sobre el rumbo. Ya falta poco, dijo desde el primero hasta el último de los caminantes. Al encuentro, carretones tirados por caballos, y el saludo imprescindible de los que parecían conocernos de toda una vida.
  “Vista Hermosa”, así le habían bautizado hacía más de 30 años, tiempo suficiente para que los meses abrieran hendijas a su nombre.  184 familias vivían en aquella comunidad de edificios en el  municipio Calixto García, a varios kilómetros de la ciudad de Holguín.
Rigoberto llegó un sábado, 12 años antes que nosotros.  Su travesía fue más sencilla por el atajo.  Aún medio indeciso y con la disyuntiva que siempre promete salvarnos la primera vez, decidió probar suerte.
 Maestro devenido campesino. Hoy es él quien aprende las lecciones de un pedazo de tierra, a fuerza de surcos truncos y prósperas cosechas.
Lo encontramos de vuelta por el sendero que conduce a la comunidad. Los vecinos le gritaban palabras al juego, y él respondía con gracia. Machete a la cintura y sombrero, inseparables prendas. Un hombre jaranero quien se mira, dice, más animado por estos días.  La “Vista Hermosa” de su pequeño barrio, rescata valores para no defraudar a su nombre. 
La pintura chamuscada reconquista colores, el comején perdió la cena en viejas puertas y ventanas de madera. Otras nuevas las sustituyeron,  mientras más cerca del cielo,  impermeabilizan  cubiertas, eliminan fugas hidrosanitarias, y mejoran redes eléctricas.
Las  acciones se extienden a 11 comunidades de la provincia de Holguín durante el presente año, como parte de un Programa de Rehabilitación de Edificios Multifamiliares. 
Brigadas del Ministerio de la Construcción, el Poder Popular y la  Empresa de Conservación, Rehabilitación y Servicio a la Vivienda, ejecutan las obras en  los  municipios holguineros de Mayarí, Moa, Calixto García  y Rafael Freyre. 
“Estamos esperando que reparen las aceras, y las calles, dicen que eso también viene”,  agrega Rigoberto, ya detenido a conversar, cómodo, como si no hubiese más para su día.

Más de mil 900 familias de la provincia de Holguín, percibirán la transformación de sus barrios cuando concluya diciembre.
A punto del medio día, vereda arriba, justo cuando el perro más odia a su amo, salimos por el atajo.  Atrás,  la polvareda del fin de la mañana, y encima, los apuntes para esta historia, en cuyo final  Rigoberto, un maestro convertido en campesino,  se resiste a la idea  de regresar a la ciudad.  





sábado, 27 de noviembre de 2010

"Demonios" de domingo.

 Marel González Escobar

Hoy  lo decidí.  En mi  otra  vida  permutaré  las  tardes  de  domingo.  Puede  ser  para  un lunes, con todo y lo marrón que se imagine,  un  miércoles, le  dije a la semana que podría negociar cualquier espacio en su crucigrama.  
Dicen que no importan latitudes ni acentos, hasta en los aviones son grises las tardes de domingo.
Cruza la semana, termina el sábado y ocurre otra vez.  No  valen piruetas, mañas, planes, siempre es complejo  tomar aire.  Como un peso y un vacío.  La gente camina, se mira y lo advierte, muchos  sin decir, como si no se  atrevieran a confesarlo.  Casi un estigma para el comienzo o el fin después del medio día.  Vaya embestida la de esa tarde.  Regaño para unas 6 horas, que,  por suerte, no serán infalibles.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Secretos de mujer, detrás de la loma.

Marel González Escobar.
Después de unos 5 kilómetros, a penas se escuchaban los ruidos de  la  ciudad. La urbe a  ratos  parecía  demasiado pequeña, envuelta en un entramado de calles perfecto, donde tantos pies, tantas manos y cabezas  desandaban sin límites, ni horarios. Una colina  divisaba el ajetreo a distancia,  al borde del camino, para no mezclarse demasiado.
Las urgencias de los días hicieron crecer los trillos en aquel pedazo de tierra.  Enma, caminaba de un lado a otro bajo las alas y los olores del yarey,  sombrero,  a ratos,  abanico luego, casi capaz de entonar cualquier tonada, aún en los alrededores de la urbe.
Unas 40 hectáreas de árboles, hierba y 5 hombres bajo su mando, forman parte de su “patrimonio”. 
Cuenta que un jueves en la tarde llegó desde el centro de Cuba a conquistar Holguín, y de tanto empeño quedó vencida. Los amores, y no los milagros del agua o de la cruz, hicieron lo suyo. 
Ahora Enma Linares sembraba orden y mando, entre 5 trabajadores forestales, orgullosa de ser la única mujer que dirige una finca forestal en la provincia de Holguín. 
Dirigir hombres? Ya estoy acostumbrada. A veces quieren ser más fuertes que yo, pero me les impongo.
Ríe con picardía y vuelve al trabajo.  Una planta más va de sus manos al suelo, otra vida para oxigenar los pulmones de esa gente apurada que cruza calles y corredores, sin advertirlo.
Es la finca forestal integral “La algarroba”, también hembra para callar la arrogancia masculina. En ella crecen decenas de especies de árboles maderables y frutales, mientras otras aguardan en el vivero la posibilidad de echar raíces en las faldas de la loma, como lo ha hecho Enma.  
Espacios similares reúnen alrededor de 600 hectáreas en la provincia de Holguín. Desde ellos crece la superficie boscosa, se rescatan nombres en extinción, y  los suelos tienen mejor salud.  El programa también contribuye a incrementar la producción de alimentos, y mejora las condiciones de vida de los obreros.  
Cosechamos las viandas y hortalizas que consumimos en casa, aseguraba aquel hombre de piel recia y manos callosas, que reparaba los cercados entre el rio y un platanal en plena adolescencia.  
El año próximo serán más de 160 fincas holguineras de pies a cabeza.   Hoy la vida de las posturas sembradas cruzan las semanas sin demasiados riesgos, la tala indiscriminada se contiene, y son menos los incendios forestales.
En medio de un receso, Enma aprovecha para orientar el laboreo del siguiente día, una jornada que no escapará al cercado por asegurar, al azadón y a los ruedos que alejarán la hierba de los troncos recién plantados.
Allí, entre dos ríos,  una colina divide el campo de la ciudad, como juez, y señal para los que intentan orientarse. 
“Detrás de La loma del Fraile”, a decir de los citadinos.  Allí vive Enma, una casa de madera, portal y jardín imprescindibles, según había planeado.  Canto de gallos, verde por los cuatro lados, y aire despojado de vicios.   Una mujer con acento villaclareño, y afán holguinero, dice ser feliz, y con traviesa gracia, me  asegura, casi en secreto,  haber nacido para  “manejar” a los hombres.  
  

sábado, 6 de noviembre de 2010

Noticias de un sábado sin sol.

Marel González Escobar.  

Medio gris,  medio fresco, los bancos aún húmedos, y un diario que anunciaba el adiós a la tormenta.  Las  personas  se miraban acudiendo a una cita planificada en secreto.  Abrigos y bufandas se apresuraron, rompieron la cerradura en noviembre, y aún, con el olor a madera antigua, a humedad, a retazos, salieron a la calle para enredarse de los pies a la cabeza. 
Los fiscos, los corredores, y una gran cruz de madera le hicieron el juego.  El  día fue gris,  no  verde, ni  azul,  no  fue arcoiris; gris de  nubes, y sobre ellas anduvo uno y otro refugiado de la ciudad.  Siguieron el rastro de  un capitán extremeño, atrevido, aventurero como ellos mismos,  con olores a indios, negros, criollos y luego, holguineros, como  dicen los periódicos.
Las mujeres no maldijeron  la humedad de las sábanas colgadas, parecía no importar que, tal vez,  fuera para siempre.
 La gente cruzaba, subía, ida y vuelta con cualquier pretexto.  Demasiado peso el calor,  luego  un ciclón y una tragedia que sacude, vuelve, reposa, no se olvida.
Pero aquella mañana,  en el afán de estar vivos, decidían salir a respirar, a ejercitar los pulmones en ese oficio que sólo en  ocasiones se advierte. Pocas veces importó el sábado sin sol más allá de los poetas. El invierno convirtió en noticia a un sábado sin sol.

domingo, 10 de octubre de 2010

Alcides participa: de la cañada al dominó

Marel González Escobar

Sólo después de cruzar los rituales de otro diciembre,  Alcides  descubrió cuánto  había extrañado su  vieja casa. Nunca la vida le  entregó  tan limpios  olores; la  hierba  húmeda, la vega de su abuelo  y  aquella  ceiba  rodeada  de  tantas leyendas  como  de  amores  rasgados en su vientre.
Fue  martes en  la  tarde. Llegó a la ciudad   sin  que  pudiera  disimular  el  “cantao”  que  se habían  ganado  sus  paisanos por existir del otro  lado  del  rio, al borde  de la  cañada  o en la  falda  de “La Loma  de los  García”, como  le  habían  bautizado.
Ahora  vivía en  las  afueras.  Cruzó, subió, dobló a la derecha, luego  en  otro sentido,  otra  vez a  la izquierda, tomó un  pasaje  adonde  no alcanzaron  las  aceras,   hasta  encontrar  una   taza  de  café  junto a  familias truncas, suicidas,  una  sempiterna mesa  de  dominó y  jóvenes que   cruzaban de un lado  a  otro siempre  “con  plata”, como solían decir,  para   brindar  por el  último  acontecimiento del  barrio.
Un  entorno que  pretendía  ser  “ humano, justo  y   democrático”,  así repetía  aquella profesora en la  clase  de  Cívica. “Humano,   justo  y  democrático”,  respondió su hijo  en    el  examen  con  todas  las  letras  y  seguridades.  Mas, en  un  mundo  que  intenta  asignar  patrones  de “los  blancos”,  como  habrían  dicho  nuestros  ancestrales  guerreros,  urgía  sacar de  la fría  academia  aquella  respuesta.
Fue cuando  nobles  empeños  intentaron fomentar  lo que   de  memoria se  repetía en  clases  y  reuniones,  pero  se  frustraba  más  allá de la tentativa,  y aquel  guajiro,  sin  demasiadas  letras,  lo  sabía.
Lo escuchó una  vez,  dos  y  a  la  tercera  procuró  entender, limpiando  las  palabras de las vestiduras  y dobleces  de  un  conferencista.    
- Uff, qué  complicadas se  dan  estos profesores  por  hablar  bonito,  se  dijo  mientras  procuraba  razonar.  Sólo  a  la  cuarta  fue  la vencida.  Justo  cuando  aquel  maestro  cambió  su  cuello  de  camisa  perfectamente  planchado,  para  vestir  como  la  mayoría  y compartir un  dominó al  cierre  de  jornada.


La clase, la conferencia…


Caminar  por  los  barrios  periféricos  de la  ciudad de  Holguín  deviene  enriquecedora  aventura,  enriquecimiento cultural,  acto  de  aprendizaje, cuestionamiento  y  ganas de  hacer. Un  camino de  buenas  intenciones  que no conduce  al infierno, y hoy hace  guiños  a  la  perfección  de  estrategias  transformadoras.
“…Nuestro  papel  no es hablar al pueblo  sobre  nuestra  visión del mundo o intentar  imponérsela,  sino  dialogar  con él  sobre su visión y  la nuestra”.
Imprescindible la   frase  guevariana.
Noble  ha sido el  gesto de  la Revolución Cubana  durante  años, al amparo de   un  modelo  solidario, de  gestión política participativa, defensor  de  la  justicia  social  y de los  intereses comunes.
Sin embargo, la nobleza de entregar, acomodó al  más verbo de los  verbos: hacer.
Aprender a escuchar a  las comunidades,  sacudir sus ideas  sobre  la base  de  sus  experiencias, expectativas y necesidades;  lograr  que sus hombres  se  conviertan,  por  sí  mismos, en protagonistas del cambio que proponen, asegura un impacto  perdurable que se  enriquecerá con el paso del tiempo.
No pocos  proyectos  han  sugerido  la  transformación de  hábitos y estilos de vida  en la población; sin embargo, se  frustran en su manía de  implantar maneras  en una comunidad que  siempre  defenderá  las suyas. Es cuando la idea no rebasa el aplauso, al rehusar vestirse  con  un  traje ajeno.
El respeto a la  diversidad  a  partir  del  diálogo crítico,  la  búsqueda  de  la creatividad, y  el rompimiento de  la  inercia, con el criterio de  que   puedo hacer con  mente  y  manos propias,  contribuirá  a elevar  la calidad  de  vida  en comunidades  con una  problemática  social  compleja.
Exigua la  definición  del diccionario:

“Participar: Dicho de una persona: Tomar parte en algo. || 2. Recibir una parte de algo. || 3. Compartir, tener las mismas opiniones, ideas, etc., que otra persona...”

La  participación  se  construye  en  la propia  realidad  social,  en  la identificación  de  problemas, en  la  toma  de  decisiones,  ejecución  y  evaluación.   Su poder movilizativo  evoluciona, como  el pensamiento mismo,  hasta alcanzar la  autogestión.
 Esa  realidad comienza  a  aprehenderse  en  Cuba.
Urge   así un  papel más   activo de  las  personas en  la  comunidad  donde  ahora  vive   “el guajiro  Alcides”.
 Los  resultados  de  una  estrategia  efectiva  tomará  tiempo,  pero,  al   asumirla  como  práctica  social, logrará sedimentos  que irrespeten  los  márgenes  de  una  gaveta  o  una conferencia.   Siendo  capaces,  primero,  de  borrar  las  barreras  entre  lo  empírico y  lo  teórico,  entre la  clase  y  la  mesa  de  dominó.

- ¡ Capicúa !,  gritó el  profesor golpeando la  ficha sobre la mesa,  el  pequeño  trozo  de  madera  manoseada, convertida  en  trofeo:  ¡3 -   5!

- Hacer  desde  dentro,  hacer  con  nuestras  manos, corazón   y pensamiento  lo  que  necesitamos  para  beneficiar  a  todos…  Ñoo,  ahora  si  hablé  bonito, dijo Alcides desatando  la  risa  de sus amigos  del  barrio.

Una historia por acabar…

Todavía con ese  “cantao” irreverente, esa gracia  para  comunicar  sin  almidones, amigo  de  los refranes,  zapatero  por  adopción  y decimista  por  naturaleza,  Alcides conversa con su  gente,  les  escucha  e intentan transformar  juntos aquello que  lastima  a  la familia  en la  comunidad,  esa que le asimiló  a gusto,  más  allá de la ceiba  y la  vega  de  su  abuelo. Las soluciones  nacen  aun  frente a un juego cerrado, en la bodega o la  barbería de la esquina. Lo cierto es que poco  a  poco aquellas personas  aprenden  a participar, a defender su espacio con maneras  propias, donde Alcides,  un  guajiro a todas  luces, participa de la cañada al dominó.