miércoles, 17 de noviembre de 2010

Secretos de mujer, detrás de la loma.

Marel González Escobar.
Después de unos 5 kilómetros, a penas se escuchaban los ruidos de  la  ciudad. La urbe a  ratos  parecía  demasiado pequeña, envuelta en un entramado de calles perfecto, donde tantos pies, tantas manos y cabezas  desandaban sin límites, ni horarios. Una colina  divisaba el ajetreo a distancia,  al borde del camino, para no mezclarse demasiado.
Las urgencias de los días hicieron crecer los trillos en aquel pedazo de tierra.  Enma, caminaba de un lado a otro bajo las alas y los olores del yarey,  sombrero,  a ratos,  abanico luego, casi capaz de entonar cualquier tonada, aún en los alrededores de la urbe.
Unas 40 hectáreas de árboles, hierba y 5 hombres bajo su mando, forman parte de su “patrimonio”. 
Cuenta que un jueves en la tarde llegó desde el centro de Cuba a conquistar Holguín, y de tanto empeño quedó vencida. Los amores, y no los milagros del agua o de la cruz, hicieron lo suyo. 
Ahora Enma Linares sembraba orden y mando, entre 5 trabajadores forestales, orgullosa de ser la única mujer que dirige una finca forestal en la provincia de Holguín. 
Dirigir hombres? Ya estoy acostumbrada. A veces quieren ser más fuertes que yo, pero me les impongo.
Ríe con picardía y vuelve al trabajo.  Una planta más va de sus manos al suelo, otra vida para oxigenar los pulmones de esa gente apurada que cruza calles y corredores, sin advertirlo.
Es la finca forestal integral “La algarroba”, también hembra para callar la arrogancia masculina. En ella crecen decenas de especies de árboles maderables y frutales, mientras otras aguardan en el vivero la posibilidad de echar raíces en las faldas de la loma, como lo ha hecho Enma.  
Espacios similares reúnen alrededor de 600 hectáreas en la provincia de Holguín. Desde ellos crece la superficie boscosa, se rescatan nombres en extinción, y  los suelos tienen mejor salud.  El programa también contribuye a incrementar la producción de alimentos, y mejora las condiciones de vida de los obreros.  
Cosechamos las viandas y hortalizas que consumimos en casa, aseguraba aquel hombre de piel recia y manos callosas, que reparaba los cercados entre el rio y un platanal en plena adolescencia.  
El año próximo serán más de 160 fincas holguineras de pies a cabeza.   Hoy la vida de las posturas sembradas cruzan las semanas sin demasiados riesgos, la tala indiscriminada se contiene, y son menos los incendios forestales.
En medio de un receso, Enma aprovecha para orientar el laboreo del siguiente día, una jornada que no escapará al cercado por asegurar, al azadón y a los ruedos que alejarán la hierba de los troncos recién plantados.
Allí, entre dos ríos,  una colina divide el campo de la ciudad, como juez, y señal para los que intentan orientarse. 
“Detrás de La loma del Fraile”, a decir de los citadinos.  Allí vive Enma, una casa de madera, portal y jardín imprescindibles, según había planeado.  Canto de gallos, verde por los cuatro lados, y aire despojado de vicios.   Una mujer con acento villaclareño, y afán holguinero, dice ser feliz, y con traviesa gracia, me  asegura, casi en secreto,  haber nacido para  “manejar” a los hombres.  
  

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