sábado, 27 de noviembre de 2010

"Demonios" de domingo.

 Marel González Escobar

Hoy  lo decidí.  En mi  otra  vida  permutaré  las  tardes  de  domingo.  Puede  ser  para  un lunes, con todo y lo marrón que se imagine,  un  miércoles, le  dije a la semana que podría negociar cualquier espacio en su crucigrama.  
Dicen que no importan latitudes ni acentos, hasta en los aviones son grises las tardes de domingo.
Cruza la semana, termina el sábado y ocurre otra vez.  No  valen piruetas, mañas, planes, siempre es complejo  tomar aire.  Como un peso y un vacío.  La gente camina, se mira y lo advierte, muchos  sin decir, como si no se  atrevieran a confesarlo.  Casi un estigma para el comienzo o el fin después del medio día.  Vaya embestida la de esa tarde.  Regaño para unas 6 horas, que,  por suerte, no serán infalibles.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Secretos de mujer, detrás de la loma.

Marel González Escobar.
Después de unos 5 kilómetros, a penas se escuchaban los ruidos de  la  ciudad. La urbe a  ratos  parecía  demasiado pequeña, envuelta en un entramado de calles perfecto, donde tantos pies, tantas manos y cabezas  desandaban sin límites, ni horarios. Una colina  divisaba el ajetreo a distancia,  al borde del camino, para no mezclarse demasiado.
Las urgencias de los días hicieron crecer los trillos en aquel pedazo de tierra.  Enma, caminaba de un lado a otro bajo las alas y los olores del yarey,  sombrero,  a ratos,  abanico luego, casi capaz de entonar cualquier tonada, aún en los alrededores de la urbe.
Unas 40 hectáreas de árboles, hierba y 5 hombres bajo su mando, forman parte de su “patrimonio”. 
Cuenta que un jueves en la tarde llegó desde el centro de Cuba a conquistar Holguín, y de tanto empeño quedó vencida. Los amores, y no los milagros del agua o de la cruz, hicieron lo suyo. 
Ahora Enma Linares sembraba orden y mando, entre 5 trabajadores forestales, orgullosa de ser la única mujer que dirige una finca forestal en la provincia de Holguín. 
Dirigir hombres? Ya estoy acostumbrada. A veces quieren ser más fuertes que yo, pero me les impongo.
Ríe con picardía y vuelve al trabajo.  Una planta más va de sus manos al suelo, otra vida para oxigenar los pulmones de esa gente apurada que cruza calles y corredores, sin advertirlo.
Es la finca forestal integral “La algarroba”, también hembra para callar la arrogancia masculina. En ella crecen decenas de especies de árboles maderables y frutales, mientras otras aguardan en el vivero la posibilidad de echar raíces en las faldas de la loma, como lo ha hecho Enma.  
Espacios similares reúnen alrededor de 600 hectáreas en la provincia de Holguín. Desde ellos crece la superficie boscosa, se rescatan nombres en extinción, y  los suelos tienen mejor salud.  El programa también contribuye a incrementar la producción de alimentos, y mejora las condiciones de vida de los obreros.  
Cosechamos las viandas y hortalizas que consumimos en casa, aseguraba aquel hombre de piel recia y manos callosas, que reparaba los cercados entre el rio y un platanal en plena adolescencia.  
El año próximo serán más de 160 fincas holguineras de pies a cabeza.   Hoy la vida de las posturas sembradas cruzan las semanas sin demasiados riesgos, la tala indiscriminada se contiene, y son menos los incendios forestales.
En medio de un receso, Enma aprovecha para orientar el laboreo del siguiente día, una jornada que no escapará al cercado por asegurar, al azadón y a los ruedos que alejarán la hierba de los troncos recién plantados.
Allí, entre dos ríos,  una colina divide el campo de la ciudad, como juez, y señal para los que intentan orientarse. 
“Detrás de La loma del Fraile”, a decir de los citadinos.  Allí vive Enma, una casa de madera, portal y jardín imprescindibles, según había planeado.  Canto de gallos, verde por los cuatro lados, y aire despojado de vicios.   Una mujer con acento villaclareño, y afán holguinero, dice ser feliz, y con traviesa gracia, me  asegura, casi en secreto,  haber nacido para  “manejar” a los hombres.  
  

sábado, 6 de noviembre de 2010

Noticias de un sábado sin sol.

Marel González Escobar.  

Medio gris,  medio fresco, los bancos aún húmedos, y un diario que anunciaba el adiós a la tormenta.  Las  personas  se miraban acudiendo a una cita planificada en secreto.  Abrigos y bufandas se apresuraron, rompieron la cerradura en noviembre, y aún, con el olor a madera antigua, a humedad, a retazos, salieron a la calle para enredarse de los pies a la cabeza. 
Los fiscos, los corredores, y una gran cruz de madera le hicieron el juego.  El  día fue gris,  no  verde, ni  azul,  no  fue arcoiris; gris de  nubes, y sobre ellas anduvo uno y otro refugiado de la ciudad.  Siguieron el rastro de  un capitán extremeño, atrevido, aventurero como ellos mismos,  con olores a indios, negros, criollos y luego, holguineros, como  dicen los periódicos.
Las mujeres no maldijeron  la humedad de las sábanas colgadas, parecía no importar que, tal vez,  fuera para siempre.
 La gente cruzaba, subía, ida y vuelta con cualquier pretexto.  Demasiado peso el calor,  luego  un ciclón y una tragedia que sacude, vuelve, reposa, no se olvida.
Pero aquella mañana,  en el afán de estar vivos, decidían salir a respirar, a ejercitar los pulmones en ese oficio que sólo en  ocasiones se advierte. Pocas veces importó el sábado sin sol más allá de los poetas. El invierno convirtió en noticia a un sábado sin sol.