martes, 15 de febrero de 2011

Dos “Migueles”fuera de juicio.


Marel González Escobar.

El camino lució más largo de lo que habían anunciado guajiros y señales.  1,2,3… 8 kilómetros después del desvío, y la finca de “Los Migueles” parecía haber silenciado el cantío del gallo.  
 Los vaivenes del jeep desarmaban hasta los pensamientos. El polvo, y el cielo libre de nubes revelaban el desempleo de San Pedro. 
Por fin acabaron  senderos, veredas, y trillos, en el  barrio  conocido  por “El Asiento”, no había más.   El pasto intentaba redimirse donde creció la maleza, surcos recién labrados sonsacaban la admiración de quien vio una vez aquellas tierras vencidas por el marabú.  
Uno de “Los Migueles” galopó a la señal de los intrusos. Amplio tejido de yarey sobre las sienes más que por el sol, por la elegancia  que supone, ser un auténtico campesino.  Lo aprendió de su padre amante de las tonadas, del taburete y la guayabera de domingo.  Hombre de piel curada por los rigores de campo, y a quien sólo conseguimos quitarle la vista del machete y la lima por unos 2 segundos.  

¿Vio que lindas están mis tierras?
 La pregunta sucedió al saludo con rapidez, mientras el holguinero, “bien comido”, como diría mi abuelo,  sonaba las espuelas en presumido gesto.

Un buen día se decidió, y firmó aquel papel, asegura.  Casi 14 hectáreas recibió Miguel Ángel Morales en calidad de usufructo, al amparo del Decreto Ley 259,  puesto en vigor en Cuba, desde el año 2008.
Algunos dijeron que estaba fuera de juicio para enfrentarse a aquel amasijo de pinchos que no permitían el paso,  pero el muy tenaz se hizo de oídos sordos.

Poco a poco, mi viejo y yo fuimos cortando el marabú  machete y hacha en manos.  No le dimos tregua.

Casi no termina la frase; se dispone a trasladar el ganado.  Su voz cruza del otro lado del potrero.

¡Ooooohh!, Margariiiiiiiiita… Ooooohh!.. Vamos, vamos…

Va adelante, detrás, vuelve, gira y vocea sorteando las bostas que fertilizan la tierra.  Al fondo, el sonido del hacha no quiere perder el protagonismo de mis párrafos, y los olores a tronco de marabú recién cortado, desatan todos los mohines posibles en el rostro de un camarógrafo con zapatos de ciudad.

Al marabú se acaba,  pero hay que entrarle poco a poco, si le entras con rabia te mata. 
70 años hacha en manos, carga el padre.  La risa condimentó las últimas sílabas, que sugerían un desafío a los cobardes. A  su hijo le dejó ese pensamiento, además de su nombre.

Ganadero en tierra nueva, y el surco también agradece.  Miguel Ángel,  el heredero, se convirtió en campesino de la Cooperativa de Créditos  y  Servicios Miguel Expósito González, en Velasco, municipio de  Gibara.  

Los  cultivos  varios  y  la  ganadería conquistaron a  más  de 10 mil hombres de la provincia de Holguín,  donde el marabú, se convirtió en historia. Quienes dudan,  pueden preguntar de paso por unas 77 mil hectáreas de tierra en las cuales reinó el ocio una vez.   Terrenos, por olvidados,  casi redescubiertos,  a la conquista de gente osada, y sin remilgos.
 
Los  municipios de Holguín, Calixto García y Mayarí, respondieron al mayor número de solicitudes de tierras.  El Ministerio de la Agricultura en la provincia de Holguín,  se propuso agilizar los  trámites, y sumar brazos que hiciesen parir los terrenos.

 Justo en la cintura del día, una pausa.  La pelea es más fuerte cuando el sol y el marabú conspiran del mismo bando.  Aún las espinas aguijonean a la mitad de la finca, mientras el frijol crece, y Margarita camina como modelo de pasarela, en sus cuatro patas, enseñoreada por aquellos predios hechos potreros para ella.  
En poco tiempo,  padre e hijo volverán a la carga para seguirle despejando   el camino a su ganado, y aquellos que le creyeron fuera de  juicio, les  devuelven la razón.   




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