Marel González Escobar
Conquistador de las más cálidas esencias del ser humano. La sensibilidad le anduvo de pies a cabeza, de pluma y porte, de pasión, de gestos y convicción hasta las sienes. Amante de su patria, del acento latinoamericano orgullo de tardes y madrugadas en Madrid, México, Tampa o en su hamaca de la manigua, asida dos troncos que despedían olor a Cuba.
El hombre más simple del Bravo a la Patagonia, cargó la confianza de alguien que amó a su madre entrañablemente, y acarició las heridas de Lino, si mirar las suyas. Un cubano de movimientos rápidos y mirada lánguida, estremecida por sus sueños, y convencida del camino ineludible cuando se empedrada éste de libertades escamoteadas.
La trascendencia de la ética martiana reposa en su apuesta por el afán transformador del hombre, colocados los ojos en la dignidad, la justeza, en las nobles causas, el deber sagrado y el bien. Y así lo confirman sus letras:
"La honra puede ser mancillada, la justicia puede ser vendida, todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, pero no naufraga jamás."
El bien como conducta alimentada desde los primeros años de la existencia, puede sobrevivir a las asperezas de la vida. En José Martí, se libera más allá de las relaciones interpersonales para alcanzar una proyección social que promueve el amor al prójimo, a nuestras raíces, su identidad, al pueblo, a la nación, y desencadena un hondo sentimiento patriótico.
Hacer por los demás, y defender la justicia, fueron hilos imprescindibles que aseguraron cada gesto desde comienzos de su vida.
Sufrió frente el negro lastimado, padeció entre los retenidos en presidio, y se estremeció ante los avatares de los pueblos indígenas. En verso y prosa insufló el respeto a la persona, credo e identidad. “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”
La cultura cubana creció en combate contra lo que lastraba la independencia nacional, y José Martí fue prócer de aquella batalla desde el exilio aunando voluntades, en las oraciones que escribía a María Mantilla, o con el pensamiento puesto en caballería mambisa, galope irrevocable bandera en alto, toque que arrastraba a los patriotas, desprovistos, extenuados por las severidades de la manigua, pero dispuestos.
Sus artículos revelaban principios de poderosa fuerza ética en alerta, convocatoria y análisis. Aquella prédica rige el patrimonio espiritual de la nación cubana. La acumulación de tradiciones de lucha, riqueza de pensamiento, visión más allá de las costas de una isla desangrada.
Avizoró las intenciones de Norteamérica, y condenó la asimilación de patrones con acento foráneo, advirtió el peligro de la admiración servil a lo proveniente de los Estados Unidos:
"Imitemos. ¡No!- Copiemos. ¡No!. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse.”
Así escribió el apóstol, el ser humano ajeno a la frialdad que presume el traje del héroe increíble de tan perfecto. El mismo cubano que subrayó al susto, con su pensamiento en Carmen:
“Si no la trajera a mi lado, textualmente, moriría…”
Aprender de su entereza, pasiones y sensibilidad, hará mejores seres humanos a nuestros hijos.
Verle sin almidones, ajeno a la estatua, al busto, y sí en la profundidad de su pensamiento, en la ética de su más tibio gesto, confortará a una tierra de indios, esclavos, de revoluciones y dignidad resuelta.
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