domingo, 6 de febrero de 2011

José Martí, ética del más tibio gesto.


Marel González Escobar
Conquistador de las más cálidas esencias  del ser  humano.  La sensibilidad le anduvo de pies a cabeza,  de  pluma y porte, de pasión, de gestos y convicción hasta las sienes.  Amante de su  patria, del acento latinoamericano orgullo de tardes  y madrugadas  en Madrid,  México, Tampa o en su hamaca de la  manigua, asida dos troncos que despedían olor a Cuba.
El  hombre más simple del Bravo a la Patagonia, cargó la confianza  de  alguien que amó a su madre entrañablemente, y  acarició  las  heridas  de Lino,  si mirar las suyas.  Un  cubano  de  movimientos  rápidos y mirada lánguida, estremecida  por sus sueños,  y convencida del camino ineludible cuando se empedrada éste de libertades escamoteadas. 
La trascendencia de la ética  martiana reposa en  su apuesta por el afán  transformador del hombre,  colocados los ojos en la dignidad, la  justeza,  en las  nobles causas, el deber sagrado y el bien.  Y  así lo confirman sus letras:
"La honra puede ser mancillada, la justicia puede ser vendida, todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo, pero no naufraga jamás."
El bien como conducta alimentada desde los primeros años de la existencia, puede  sobrevivir  a las asperezas de la vida.  En José  Martí, se libera más allá de las relaciones interpersonales para alcanzar una proyección social que promueve el amor al prójimo, a nuestras raíces, su  identidad, al pueblo, a la nación, y desencadena un hondo sentimiento patriótico. 
Hacer por los demás, y defender la justicia, fueron hilos imprescindibles que aseguraron cada gesto desde comienzos de su vida.
Sufrió frente el negro lastimado,  padeció entre los retenidos en presidio, y se  estremeció ante  los avatares de los pueblos indígenas. En verso y prosa insufló el respeto a la persona, credo e identidad. 
“Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.”

La cultura cubana creció en combate contra lo que  lastraba la independencia nacional, y José Martí fue prócer de aquella batalla desde el exilio aunando voluntades,  en las  oraciones  que  escribía  a María  Mantilla,  o con el pensamiento puesto en caballería mambisa,   galope irrevocable bandera en alto, toque que arrastraba a los patriotas,  desprovistos, extenuados por las  severidades de la manigua, pero  dispuestos.
Sus artículos revelaban principios  de poderosa fuerza ética en alerta, convocatoria y análisis.   Aquella prédica rige el patrimonio espiritual de la nación cubana. La acumulación de tradiciones de lucha, riqueza de pensamiento,  visión  más allá de  las  costas  de  una  isla desangrada.  
Avizoró  las  intenciones de Norteamérica, y  condenó  la  asimilación  de  patrones  con  acento  foráneo,  advirtió el peligro de la admiración servil a lo proveniente de los Estados Unidos:
"Imitemos. ¡No!- Copiemos. ¡No!. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse.”
Así  escribió el  apóstol, el ser humano ajeno a la frialdad que presume el traje del héroe increíble de tan perfecto.   El  mismo cubano que subrayó al susto, con su pensamiento en Carmen:
“Si  no la  trajera a mi lado, textualmente, moriría…”
Aprender  de  su entereza, pasiones y sensibilidad,  hará  mejores  seres  humanos a nuestros  hijos. 
Verle  sin almidones,  ajeno a  la  estatua, al busto,  y  sí en  la  profundidad  de su  pensamiento,  en la ética de su más tibio gesto, confortará a una tierra de indios, esclavos, de revoluciones y dignidad resuelta.

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