De boca en boca, los nativos del lugar narran
leyendas que versionan estremecedoras pasiones, hallazgos y perpetuos amores. Lo
cierto es que nadie ha podido resistirse a sus embrujos.
Con casi 200 años, Gibara
cautiva a quienes le encuentran, para
luego no dejarles escapar. Los encantos naturales, la cultura y el cariño de un
pueblo de pescadores, atrapan a quienes se deciden por él, al norte de Holguín,
provincia del oriente cubano.
Quienes andan sus calles por primera vez, avanzan como
les permite la mirada, sin saber que se dejan arrastrar por los hilos de su
mística. Ninguno se abstrae de hurgar en los detalles de la arquitectura y el
paisaje que la envuelve mientras, como música a los oídos, llegan los sonidos
del océano.
37 kilómetros de costa parecen navegar a la
suerte del Atlántico. Techos, ventanales y fachadas de la época colonial,
conviven en armonía con los olores del mar, delicada caricia que con las olas
va y vuelve.
Adaptada al relieve del litoral, con sensual anatomía,
Gibara decidió ser novia que aguarda con los ojos puestos en el horizonte.
Pernoctar en sus parajes convence en pocos
minutos. Instalaciones de alto estándar, acogen a los turistas que llegan en
recorridos desde las playas holguineras de Guardalavaca, Esmeralda y Pesquero; otros
deciden apostar, con sincera exclusividad, por esta Ciudad Patrimonio del
oriente de Cuba.
Los hoteles “Ordoño”, y “Arsenita”, resultan
cómplices del entorno en perenne coqueteo con el tiempo, al revivir siglos
pasados desde sus paredes, muebles, lámparas y alfombras. Sus antiguos dueños
parecen habitarlos entre escaleras y mecedoras de maderas preciosas.
Una red de hostales, restaurantes y
cafeterías, también incitan al regreso, cuando el paladar saborea las delicias
de la cocina tradicional cubana y de la internacional.
Playas, cuevas y un malecón, logran que
muchos recorran más de 800 kilómetros desde la Habana, capital del país, para
llegar hasta la bautizada una vez como “La Villa Blanca de los Cangrejos”.
Los pescadores apenas advierten la presencia
de los caminantes, mientras tejen sus redes para hacerse a la mar. Confabulados
con la aparente pereza de relojes y calendarios, continúan su faena.
En el corazón
del entramado de la ciudad, los museos de
Historia Local, Artes Decorativas e Historia Natural, atesoran valiosas
colecciones, entre ellas, piezas usadas por los aborígenes que habitaron la
región, y especies marinas, muestras de aves autóctonas y migratorias.
Varios encuentros culturales reúnen a cientos
de personas en Gibara a lo largo del almanaque. El Festival Internacional del
Cine Pobre, es uno de los más conocidos. Cada 2 años, creadores de Cuba y de numerosos
países del mundo, comparten sus maneras de hacer, a la memoria del director de
cine, productor y guionista, Humberto Solás.
Cristóbal Colón, el almirante, también supo
de los hechizos de la zona, pues referencias almacenadas en su diario de
navegación, hablan de la Naturaleza que se avista desde Gibara, a la sazón del
descubrimiento de América. La magia podría estar en aquellas páginas, en las
leyendas de lo que fue una ciudad amurallada, o en los secretos del mar, lo
cierto es que Gibara enamora.
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ResponderEliminarGracias Marel por este maravilloso reportaje! Y sobre todo por renovar mis amores por Gibara!
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